martes, 12 de noviembre de 2013

Las grandes almas mueren

Cuando los grandes árboles caen en los bosques,
las cosas pequeñas retroceden en silencio,
sus sentidos reducidos más allá del miedo.

Cuando las grandes almas mueren,
el aire alrededor nuestro se vuelve ligero, raro, estéril.
Respiramos, brevemente.
Nuestros ojos, brevemente,
ven con una claridad dolorosa.

Nuestra memoria, repentinamente agudizada,
examina, roe las amables palabras no dichas,
los senderos prometidos nunca tomados.

Las grandes almas mueren y nuestra realidad,
ligada a ellas, nos abandona.

Nuestras almas, dependientes de sus cuidados,
ahora se encogen, enjutas.

Nuestras mentes, formadas e informadas por su resplandor,
se derrumban.

No estamos tanto enloquecidos
como reducidos a la inenarrable ignorancia
de oscuras y frías cavernas.

Y cuando las grandes almas mueren,
después de un período la paz florece,
lentamente, y siempre irregularmente.
Los espacios se llenan con una reconfortante vibración eléctrica.

Nuestros sentidos, restaurados,
mas nunca los mismos, nos susurran:
Existieron. Existieron.
Podemos ser. Ser y ser mejores.
Por que ellos existieron.

- Maya Angelou