viernes, 21 de febrero de 2014

La senda. I. El "sí" del metalero.

Todo comenzó una de esas tardes bochornosas en el patio de la Prepa 20-30 (de la cual no me gradué por "diferencias irreconciliables"), no recuerdo bien si me la estaba perreando o no tuvimos esa clase, pero el sol vespertino quemaba con madres mi nuca y el polvo típico en el ambiente tan característico de Delicias eran una molestia menor comparado con el tedio de estar en la fábrica de conformismo que esa escuela representa (aún hoy). Camiseta negra de Misfits bajo la camisa blanca del uniforme, un Camel humeante entre los dedos y las ganas de correrle hacia algún lado.
 
En fin, en una de ésas estaba cuando se acerca a mí el ínclito Pepe Carreón -incipiente héroe del rock rebelde- a quien a huevo ya conocía desde la secundaria, sobre todo porque era de ese grupúsculo pubertoide de metaleritos recién nacidos al cual también yo me preciaba de pertenecer y me dice con campechana soltura: "Oye wey, tú tienes un bajo, verdad?, - simón- ando formando una banda, pero de rock, algo en serio, le entras?"
 
Francamente, hasta ese día nunca había recibido una propuesta formal y directa de hacer algo de música, pues hasta entonces mi rockerosidad se limitaba a ir a reventarle los tímpanos a la mamá del Flipper cuando éste y yo le subíamos al equipo de sonido de dj con la música o cuando conectaba mi bajo de marca genérica (usado, me costó $500.00 imitación de un Fender Precission), mis compadres y yo intentábamos formar un grupo pero por varias razones no cuajaba el proyecto por falta de equipo, recursos y aplicación a los instrumentos.
 
Curiosamente por esto último creo que me buscó el Pepe, ya que en el ya citado grupúsculo-pubertoide-de-metaleritos de la ciudad había pocos que tocaran algún instrumento, y supongo ya para entonces era un rumor sabido que yo tenía un bajo y que gracias al Edgar pude practicar algo en su casa, adquiriendo un nivel de principiante chafa y terminando con la calidad de vida de su querida familia en el proceso.
 
Habiéndole dicho que sí, -que tenía el bajito Fender región 4-, recuerdo que sentí una vibración extraña en el espinazo, sumado a uno de esos bajones de sangre que te dan como cuando te pega la diarrea de la cruda, cuando también le contesté que "sí" a estar en la banda. A lo mejor fue mi impulso primitivo de pertenecer a algo que había estado deseando abiertamente o ese "sí" que expulsas antes de que tú mismo antepongas pretextos para evacuar un "pero...", creo que Pepe no esperó más y dijo un "sobres" y dio media vuelta no sin antes decirme: "al rato te busco, me falta más gente, pero estamos".
 
Detalles más, detalles menos, esfínteres flojos y una potente y vocacional razón de seguir comprendiendo una existencia adolescente me dio ese breve momento, que conduciría mi vida por un caminito andado por unos pocos y comprendido por los menos: la senda del rock.
 
 

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